Por Félix Rodri
Aquella noche la ajena y lejana luna se extravió detrás de las densas nubes oscuras mientras el viento vespertino jugueteaba cómplice de la helada nocturnidad, los gruesos ladridos incesantes del viejo “Tarzán” me despertaron de repente de entre sueños; de momento pensé que tal vez Don Tomás llegaba a esa hora, pero el viejo can no daría tan extraños ladridos, nunca lo había oído ladrar así tan desesperadamente. Asomé la cabeza por la puerta de la pequeña chuklla (choza) hacia afuera; todo estaba en la más completa penumbra, aunque de repente un extraño presentimiento me empujó a divisar colina abajo donde estaban las chukllas (chozas) grandes, la cocina, el dormitorio principal y el gran depósito de las boñigas (bostas de vaca), pero tampoco pude ver nada. Entonces caminé unos pasos con la intención de saltar el cerco de pircas que estaba delante de mí; fue en ese instante cuando oí:
- ¡Agarra los más grandes no más pues cojudo…! -
Al voltear para ver de quien era esa voz extraña y casi silenciosa, solo atine a ver una sombra negra aproximándose a donde yo estaba, tuve un pequeño lapso de tiempo para agazaparme entra las pircas.
- ¡Aquí no hay nadie…! ¡Seguro ya escapó carajo…! ¡Apurado pues…! –
Exclamó la casi susurrante voz de aquella silueta oscura tras revisar la pequeña choza donde yo dormía.